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Tres Pisos hasta Quintana

Una coca cola con limón, una terraza entre rosales y 5 minutos para esperarte

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El super, los carritos y las mujeres que se hacen Pato

Hace unos meses circulaba con mi carrito de metal, un hambre feroz y la sensación de mi nutrióloga vigilándome con un dron encubierto desde el techo de mi super favorito.  

Observé mi bien equilibrado carrito y me sentí orgullosa.  Una bolsa de mandarinas, otra de toronjas, queso panela, más jamón de pavo del que me pudiera terminar en un año, y un botecito de jocoque (bueno botesote, porque en esta tienda no hay botecitos), y ningún pan pita. Vi las palomitas acarameladas y encheddareadas y les sonreí de lado.  Habían sido mis amigas alguna vez, pero la distancia, y la dieta, nos habían separado, y a pesar de eso aún nos saludábamos.  

Será que a mi eso de hacerme pato para no saludar no me va, ni con las palomitas ni con los humanos.  Y culpo a mi mamá de eso.  Porque por su culpa tengo clavada la leyenda -Saluda- en mi programación binaria.  Como Charles Babbage, que ya nadie sabe quién es.  Y como todas las instrucciones de las mamás, que una vez que te instalan un chip, se te queda grabado por siempre.  Quien diría que le iba a encontrar el gusto, porque antes de saberlo yo ya no saludaba por educación, sino por la satisfacción de decirlo y de recibir una sonrisa, una sorpresa o a veces también una carota.  Me hice adicta a las reacciones.  Porque la acción la provocaba yo y la reacción de los demás se convertía en un experimento.  

Di vuelta por el pasillo azucarado, y pasé a uno un poco más aburrido.  Y cuando lo hice, ví a una antigua amiga que circulaba en su carrito del otro lado del pasillo frente a mí.  Traté de acordarme de ella y de su ubicación en mi catálogo de amistades.  -Ya escribiré algún día sobre eso-.  Y la ubiqué entonces, habíamos sido amigas de temporada, de esas personas que llegan a tu vida un rato, de las que aprendes algo y de las que aún, sin pelearte, se alejan o te alejas y listo.     Pero no podía recordar exactamente por qué nos habíamos alejado. En fin.

Mientras me acercaba en mi carrito, sin nadie más en el pasillo, la ví girar el suyo e irse al siguiente, como de quién ha olvidado comprar algo. No le dí mayor importancia, y seguí haciendo mi super, pensando que ya me la toparía en otra parte de la tienda, y la saludaría si lo hacía. 

15 minutos después la encontré de nuevo.  Y la ví repetir su movimiento de escape.  Me reí en bajito, porque entendí lo que estaba haciendo, y porque era demasiado tentador para dejarlo pasar.  Mi shopping ya estaba terminado y me quedaban algunos minutos libres.  Antes de acercarme, le dí un minuto de gracia analizando las razones por las que una mujer puede hacerse pato -justificadamente- para no saludar a alguien.  En caso de que coincidiera con alguna, la dejaría pasar y me iría a pagar a la caja.  A fin de cuentas, las mujeres entendemos estas cosas, y seguramente más de una nos hemos hecho pato cuando padecemos o tenemos alguna de ellas:

- Despeinadas (muy) o sin maquillaje o con maquillaje sospechoso

- Se acaban de hacer el famoso microblading y parecen señal de carretera pintada con Sharpie

- Están bloated por cólicos y se sienten tristes, feas, todo lo dramático del universo y odian al mundo. Y por tanto a ti también.

- Están con alguien que no deberían de estar (cuernitos Tía Rosa), y el saludarte le da validez y realidad a su movida.

- Eres su nutrióloga y su carrito está lleno de scones de arándano, de pasteles del Cheescake Factory, de roles de canela miniatura y demás cosas glaseadas.  Tiene que huir. Es comprensible.

Todo lo demás aparte de esto, es plainly being a bitch.  Y si una mujer se hace pato es porque no la educaron sus papás, o se siente culpable por algo que dijo o hizo contra ti, detrás de tu espalda o frente a ella, o hay alguna situación ética y económica (deuda, transa, chamaqueo, pirataje de ideas, copia de business, hay miles, etc...) hacia ti en el aire.  Mmmm.

La ex amiga en cuestión estaba maquillada, peinada, sin microblading, caminando ligera, sin acompañante y yo definitivamente no era su nutrióloga. Le dije adiós a mi plan de pagar en la caja y me acerqué a ella.......Que comiencen los Juegos del Hambre.

La llamé desde lejos, su nombre alto, claro y con una melodía casi empalagosa.  Levantó la vista y se puso nerviosa, se sonrojó y escupió un Hola inseguro y tembloroso.  Le sonreí mientras me acercaba y la saludaba: -Te ví desde hace rato, pero estabas distraída y pensé en venir a saludarte-.  

Notablemente incómoda, la ex amiga de primavera aventaba palabras sin sentido, la había agarrado desprevenida y no había más pasillos en dónde esconderse.  Le pregunté por su familia y le dije el gusto que me había dado verla.  Mitad Juegos del Hambre, mitad cierta verdad.  

Después de despedirme, caminé hacia la caja y sonreí mientras ella se quedaba nerviosa.  Seguía sin recordar porque habíamos dejado de ser amigas o quizás no tenía ganas de recordarlo, pero concluí que no debió haberme conocido mucho, porque habría sabido que yo busco reacciones, que me choca la gente que se hace pato para saludar y sobre todo que mi carrito era demasiado sano para mí.

Mientras ponía todo sobre la banda, la cajera me preguntó si había encontrado todo lo que buscaba.  Sí, señorita, además del Sinsajo, encontré a una ex amiga, nada más no le vaya a cobrar los aguacates, esos se los regalo yo, no le vayan a sentar mal.  Se me quedó viendo y me dí cuenta que gracias a Dios no lo había dicho en voz alta.  Me regresé al pasillo, agarré la bolsa de palomitas y la abrí apenas salir de la tienda. Caramelo, cheddar, y una pizca de canijosidad.  

Life is good.

Thursday 04.27.17
Posted by Mariana Pierce
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Necesito una pijama nueva.  Ya es primavera.