• Sobre mí y el 3er piso
  • DIARIO, LO QUE ESCRIBÍ HOY
  • COLECCIONES DE FOTOS
    • NY I LOVE YOU
    • SANTA MONICA BLVD
    • TAKE ME BACK ENSENADA
    • DE MADRID AL CIELO
    • BROOKLYN 1519
    • CABO, BABY
    • TECHNICOLOR NOW
    • FLOWERS AND YOU
  • Contacto
  • TIENDA DE FOTOGRAFÍAS

Tres Pisos hasta Quintana

Una coca cola con limón, una terraza entre rosales y 5 minutos para esperarte

  • Sobre mí y el 3er piso
  • DIARIO, LO QUE ESCRIBÍ HOY
  • COLECCIONES DE FOTOS
    • NY I LOVE YOU
    • SANTA MONICA BLVD
    • TAKE ME BACK ENSENADA
    • DE MADRID AL CIELO
    • BROOKLYN 1519
    • CABO, BABY
    • TECHNICOLOR NOW
    • FLOWERS AND YOU
  • Contacto
  • TIENDA DE FOTOGRAFÍAS

El Madrid de mi abuelo

Despedida-Isabella-Alta-Resolucion-1-3.jpg

Me servía un vaso de hielos y Coca Cola a tope mientras me sentaba en el piso junto a la televisión.  Hacía calor para ese Octubre y entre las medicinas y el aún molesto dolor de oídos cortesía del vuelo de Roma a Madrid, me recargaba en el sillón aliviada de estar en casa.  No la mía, pero la de mi familia, que en temas de hogar es casi lo mismo, y en temas de alacena aún más. Aún vive ahí parte de la vajilla que dejé cuando me fui, y los vasos esos azules que compré en Ikea que me gustaban tanto.

La tele estaba puesta bajito, y todos hablaban alto. Unos del gobierno, otros del colegio, otros de la supuesta cobra de Bisbal a Chenoa, algo de la nueva película de Bayona y de todo y nada a la vez.  Y yo no podía sentirme mejor, ni más en casa.  Años atrás había aprendido a encariñarme con el caos que sucedía allí.  Con el caos perfecto, entrañable y real que se daba cada vez que subía esos tres pisos hasta Quintana.

Eran casi las 6 de la tarde y tanto hablar y reír me habían abierto el apetito.  Después de preguntar si alguien quería algo, salí por la puerta de la cocina y me paré frente al ascensor.  El mismo ascensor al que había subido por primera vez 15 años atrás con 2 maletas, doce docenas de lágrimas y un kilo de mangos para mi tía Lourdes.

Sonreí mientras se abrían las puertas plateadas y veía la misma cara malhumorada del portero de siempre.  Levantó los ojos de la ya muy ojeada prensa del día y me guiñó a media luz entre el tabaco y su rincón de poder -¿De vuelta de Méjico tan pronto?-  

Con J, porque así lo escriben ahí y porque cuando él lo decía, lo hacía con fuerza y con la nostalgia de casi conocer un lugar del que tanto le habían hablado, y del que de vez en cuando también le habían llegado campechanas, tortillas de harina y una que otra historia de José Alfredo Jiménez y sus borracheras de amor.

- Sí, de vuelta.  He venido unos días. - Le decía, mientras le dejaba un rollo de guayaba en su mesa, de Morelia, de los hecho en pueblo, de los que saben a México.

El malhumor se había ido.  Lo había vencido.

El viejo portero abrió los ojos entre arrugas, pelo blanco y muchos años de ver ir y venir las historias entre su España y mi México.

- ¿Irás a los churros de tu abuelo me imagino?

- Iré, voy para allá.

Salí del edificio y sentí el fuerte viento empujarme.  Calor arriba, frío abajo.  Tan Madrid como siempre.  Giré a la derecha y pasé el estanco, la tienda nueva y la pelu donde una vez fui y me dejaron como Sarita Montiel para las fotos de la orla.  Me reí en voz alta y empujé la puerta del Bar.  Estaba repleto de todos los que habían salido de oficinas, tiendas y preocupaciones, y de una que otra ama de casa tomando café con alguna amiga .  Busqué espacio y me acerqué a la barra.  La timidez mexicana no iba a llevarme a ningún lado, y mucho menos el compermisito.  Cada vez que regresaba, debía cambiar el chip, y mientras más pronto lo hacía mejor.  

- Hola, que tal, me pones un chocolate y 2 churros. 

Me senté en la barra mientras trataba de imaginar a mi abuelo ahí.  Español, diabético y testarudo, se escapaba a comer churros con chocolate cada vez que volvía a su tierra.

Mi abuelo murió cuando yo tenía 15 años y vivía lejos de él.  Entre mi adolescencia, su vejez y la distancia, tuvimos poco tiempo para hablar de las cosas que importaban.  De los churros, de los viajes, de los escapes y de la vida.  

Cuando terminé mi carrera, decidí irme a vivir a Madrid.  De la nada, de lo testaruda, de lo que nunca me hablaron querría tanto.  Elegí una maestría y luego un trabajo. Escogí unos años de mi vida, un piso en la 4ta planta y una segunda patria a la cual amar.  

Viviendo ahí, descubrí parte de quién había sido mi abuelo. De sus paseos por Rosales, y sus caminatas hablando con cuanta persona se topara.  Escuché historias sobre él, del hombre que él era ahí, de sus viajes a la tierra de su madre, al Santander airoso y elegante, y sus visitas a la Tía milenaria que vivió hasta los 103 años en Torrelavega.  Las historias de mi abuelo se convirtieron en mis historias, en mi orgullo, y sobre todo en mi implacable curiosidad.  

Mi abuela, su esposa, hoy tiene 90 años y le encanta que le platique las idas y vueltas a España.  Ya no viaja por obvias razones de edad, y como dice ella, porque mi abuelo la cansó con tanto ir y venir. Tanto, que algunas veces, ella prefería quedarse en México y mandarlo a él solo con su familia.  Ella, de padre asturiano y esposo español, nunca sintió tanto amor por la tierra como él, tanta adicción, tanta necesidad por volver.  

Que razón tenía Chavela Vargas cuando decía que uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida.  

Y el abuelo siempre volvía. Al pan recién hecho, a la casa de su hermana, a las historias de sus primas, a la melancolía de su madre, y a lo mucho que me encantaría saber, pero que ya jamás conoceré.

Hoy tengo mi propia historia de Madrid, parte de la razón por la que escribo historias.  Porque añoro los cuentos vivos y las personas presentes, y porque alguien alguna vez me dijo que si escribía un libro debía ser desde un tejado ahí...

Visita mis fotos favoritas de Madrid, click aquí: 

DE MADRID AL CIELO

 

 

 

 

 

 

Thursday 05.04.17
Posted by Mariana Pierce
Newer / Older

Necesito una pijama nueva.  Ya es primavera.